Para la facultad me pidieron que describa un espacio...cualquiera.
Elegí una plaza que está cerca de casa...¿comodidad? no, (o si...) me gusta mucho esa plaza. Todo un día rotando de banco en banco, rodeándola, por dentro y por fuera, por arriba y por abajo. Esto salió...atajalo.
La plaza del tránsito.
Parece un bloque de naturaleza entre tanto cemento, entre tanto hierro y asfalto. Una bocanada de aire para una ciudad asmática de tanto caño escape y atado de cigarrillos. Una mancha verde en medio de un cuadro gris…
La Plaza López está en Rosario y como mala noticia para algunos conductores apurados, irrumpe cortando el libre paso de la calle Cochabamba. Buenos Aires, Av. Pellegrini, Laprida y la cortadita Alfonsina Storni la rodean, la cercan, la custodian.
Contiene uno de los paisajes más lindos de la ciudad para apreciarlo desde arriba de un colectivo. El 144 me ha dado la oportunidad de descubrir una postal única con sólo girar la cabeza en el momento exacto. Uno de los caminos que conducen al centro de la plaza desemboca en la vereda de Av. Pellegrini. Dos largas filas de árboles bien disciplinados desde chiquitos se erigen bordeando el camino, como antesala a la estrella del lugar, la fuente central. Las hojas que cansadas de colgar de sus padres se soltaron por fin, de una vez y para siempre, embellecen el espectáculo formando una alfombra con asombrosos matices amarronados y amarillentos. Las ramas, ahora solitarias y con frío generan formas impensadas, se chocan, se besan, se abrazan entre ellas. El colectivo le da la perspectiva justa a esta obra de arte. Caminando no se alcanza a abarcar la totalidad, y el auto no tiene la suficiente altura como para apreciarla como merece. En bici el desequilibrio y la distracción amenazan al conductor curioso, mientras que la velocidad de la moto hace que se pierdan los detalles. El 144 es perfecto, solo hace falta girar la cabeza en el momento exacto que pasa frente al cuadro viviente.
La Plaza López no es una plaza común y corriente. Es una plaza de paso. Un atajo. El camino más corto para llegar a casa, al súper, a la farmacia, al dentista.
Cruza un pelado desde Pellegrini en dirección sur. Una señora con pollera muy corta a pesar del frío en dirección contraria. Un señor con boina bordo y maletín bordea la fuente y retoma uno de los caminos laterales. Con las manos en los bolsillos, apurados, lentos, contemplando, ejecutivos, estudiantes. Todos utilizan la plaza en función de su destino.
Si vienen desde el sur hacia Laprida toman el camino de tierra diagonal, el barro no es impedimento. Si van hacia Pellegrini el camino recto de baldosas, perpendicular a la fuente es la mejor opción. Algunos se animan y crean su propio camino. Con gorrita y sonándose la nariz cruza por el pasto. Desestructura las rígidas líneas rectas y diagonales con piedritas rojas serpenteando por el césped, sorteando árboles y regalos caninos.
Una nena con pompones rosas en sus dos colitas y gatitos de peluche aferrados a su mochilita azul cruza de la mano de su madre. Bueno, no empecés. Le dice susurrando tras algún pedido de la niña. Uno lucha contra el viento para prender un cigarrillo. Tres pibes en bici se bifurcan, cada uno elige su camino, luego vuelven a juntarse y siguen su camino. Cruza una monja, un chico de gorra, una chica de bufanda roja, un señor que parece incómodo con su campera. Se cruzan entre ellos, se interceptan en las bocacalles. Dos casi se chocan. Los caminos son como calles. Faltarían semáforos para evitar los choques entre los que vienen en direcciones contrarias.
Pasa apurada una chica con una carpeta azul. Una señora con dos nenas de negros cabellos, un chico con bolso y sobretodo, un viejito con el diario bajo al brazo. Una señora rubia y alta, con una permanente aparentemente recién hecha salió a caminar con una amiga. Dan vueltas a la plaza con una bolsita en la mano. Universitarios con carpetas pasan caminando por la tierra, miran para todos lados, parecen perdidos entre tantos árboles. Por acá, dice uno y todos lo siguen. La forma circular del centro de la plaza por el que todos deben pasar hace que dar una vuelta de más y tomar el camino equivocado sea una posibilidad.
En la ciudad de los mil árboles, los extranjeros que casualmente pasan por allí casi no hablan. Solo cruzan, pasan fugazmente, efímeros, sin recuerdo. Sólo los verdaderos habitantes de la plaza hablan, gritan, se ríen. Los humanos sólo cruzan, para volver rápidamente a su mundo. Para pisar placenteramente la vereda de calle Buenos Aires y alejarse…
Pezuña de vaca, Palmera Butia, Enebro, Podocarpo, Jacarandá, Plátano, Corona de novia, Ciprés azul. Boj, Palmera Fénix, Casuarina, Sófora Péndula, Braquiquito, Ligustro, Palo borracho de flor blanca, Grevillea, Encina, Araucaria Australiana, Pita, Laurel de jardín. Son algunos de los habitantes más respetados.
Ruido de pájaros, miles, todos juntos y diferentes. Incansables. Pájaros de todos los tamaños y colores cantan sus melodías escondidos entre las ramas de los ciudadanos más antiguos de la plaza. Agudos, algunos más graves. Algunos chillan enojados, otros silban armoniosamente festejando la llegada del invierno.
Los árboles con su casi pelado follaje juegan a ser enormes maracas agitadas por el viento. Es suave, apenas se siente. Sssshhhhhhhhh…Sssshhhhhhhhhhh…
El agua de la fuente fluye desde la flor de hierro en el punto más alto. Cae despacito dentro de un plato gigante de concreto. Cabecitas de leones la custodian empotradas a su alrededor. Algunos escupen agua. Enriquecen la sinfonía.
Los sonidos son increíbles. Se mezclan, se fusionan, se superponen. Las hojitas recién caídas desde los árboles aprenden a caminar de la mano del viento. Se amontonan. Se separan de golpe. Se vuelven a juntar. Rozan apenitas el suelo. La melodía es maravillosa.
De golpe, el grito de la bocina de algún conductor nervioso ingresa indiscretamente a la plaza y se mezcla con la tranquilidad de la fuente y su música líquida. Los pájaros salen volando, espantados. Todo se paralizó.
Olor a tierra mojada, a pis de perro en la madera del banco.
Olor a otoño, a invierno, a hojas secas, a frío punzante.
Seis hamacas, dos subibajas y un trepador. Al costado, una calesita con un plástico verde que la recubre ¿del frío? No se sabe si los animales están dentro o se escaparon una noche de tormenta.
La plaza del tránsito tiene jueguitos para niños. Le dan vida de plaza.
Una pareja juega con sus dos hijitos en el subibaja.
Una mamá y su hijita se hamacan enérgicamente. Van de la mano, una en cada hamaca. Son de esas que tienen una goma movediza. Ya no existen más las de madera. Al unísono suena el chillido de las hamacas mal aceitadas que retumba en toda la plaza. Se desfasan. Se desafina el sonido. Primero una, después la otra. Ya no es uniforme pero persiste. La nena grita. Se ríe. Cada vez sube más alto. Adrenalina. Parece una película de terror. El ruido agudo del rechinar de la hamaca mezclado con los gritos de la niña me recuerda a Psicosis.
Tres chicos dejan las mochilas y se ponen a jugar al fútbol con una pelota roja. Eligieron el lugar más despejado de la plaza, cerca del arenero. La gran cantidad de árboles hace que el fútbol no sea la actividad privilegiada de la plaza. Ellos se la ingeniaron y juegan. Está embarrado pero no importa. Uno le explica al otro que es un “doblete”. Discuten un momento y siguen jugando. Se ríen. Uno hace jueguito. Se suma uno más, ahora son cuatro. Se les escapa la pelota. Fue toda una odisea recuperarla antes que caiga en manos de calle Buenos Aires.
Le dan un poco de “plaza” a la plaza. Ya no solo es paso, tránsito. Ya no sólo es árboles que intimidan. ¡Ole! ¡Gol! ¡Pasala boludo!
Los adolescentes utilizan la plaza como medio de comunicación hacia todo aquél que esté dispuesto a comunicarse. El liquid paper invade los bancos que hablan por sí solos y revelan todo tipo de sentimientos, creencias y deseos. Franco y Barbi x100pre. Sexo, solo estudiamos por obligación. Cuco te parto. Daría mi vida x el rojo y negro. La Lata lo +. gi_lomas_2@hot... Patricio te quiero. Mery sos el amor de mi vida. Barrio 17 de Agosto presente. Nestor te amo. Andy te amo. Pochox te amo. Piko T.Q.M, Rochi! Las lok-s. Largo te amo. flor_canañña92@hot.... Zay y Lola amigas x1oopre. Las Flores. Ataque lo +. Airbag lo +. Andrés Calamaro lo +. Las mugrientas. Alta milanesa. Barbi y sus machos. Re mil juguete. Si hubiese sido la virgen María me haría un aborto.
Corredores y paseantes de perros son una constante. Un perro se roba una rama y juguetea. No se la quiere devolver al dueño. El hombre insiste un ratito hasta que se da por vencido. El perro la suelta. Una corredora que arrastra los pies va por su segunda vuelta. Blanco, peludo, chiquito. Levanta la pata y bautiza un poste de luz. “Limpia lo que tu perro ensucia” rezan los carteles de la Municipalidad. Otro paseador con frío cumpliendo las exigencias de sus animales mira para todos lados como aburrido. El perro huele. Disfruta. Un corredor, bien enérgico, pasa como un rayo y casi se choca a un señor de sobretodo gris que venía distraído. Da la vuelta a la esquina y sigue su recorrido. Una señora le habla a su cooker que la empuja, quiere explorar y hay mucho. Otra corredora tiene una bincha negra y está vestida color uva. Escucha música. Rodea la plaza por dentro, por los caminos internos, no por los laterales. Ya van 5 vueltas. Perros que se cruzan, perros que se huelen, perros sueltos, perros atados, perros que corren, dueños de perros aburridos, que los llaman, que les gritan, que les tiran palitos, perros sin dueño.
Hay quienes trabajan y hasta viven en la plaza del tránsito. Posiblemente tanto gentío haga de la plaza un buen mercado a explotar.
Cientos de autos la rodean y un cuidador cansado y abrigado se apoya sobre uno de sus clientes. Una chatita color naranja. Tiene su bici atada a uno de los postes de luz y su correspondiente tarro de pintura convertido en balde por si a alguno se le ocurre lavar el auto. Indica las maniobras convenientes para estacionar con su franela que alguna vez fue naranja.
Una señora vende banderas de argentina en la esquina de Buenos Aires y Pellegrini. Esperanzada de resultados favorables para lograr una buena venta cuando todos pasen en dirección al Monumento tocando bocina. El lugar es estratégico. Unas chicas se paran a comprarle una camisetita para el bebe de capucha azul.
Un vagabundo escucha atento una radio portátil que aparentemente no dice nada. Siempre duermen de noche en la plaza algunos “sin techo”. Tapados con frazadas sucias o cartones en alguno de los bancos de calle Laprida.
De noche la plaza se transforma. Son pocos los que se animan a entrar. Los faroles parecen bichitos de luz gigantes que se pierden entre los árboles. Que alumbran pero no alumbran. De noche nadie cruza.